- Te he dicho mil veces que tiendas la ropa por la noche.
Es verdad. Lo mejor es hacerlo después de cenar, cuando ya ha desaparecido el olor a fritanga del patio interior, pero siempre se me olvida.
- Casi no has cambiado, pero tienes ojeras y los ojos más tristes.
- Estoy bien, no te preocupes.
- Tienes que fregar los platos cuando acabas de cenar, si no se quedan resecos y luego no hay quien quite la grasa.
- Ya no vivo aquí.
- Lo sé, pero seguro que allí haces lo mismo.
Me cuesta hablar. Las palabras salen de mi boca en un impulso casi automático, como si tuvieran vida propia. Son las tres, pero no tengo sueño. El calor de agosto entra por la ventana.
- ¿Te diviertes?
- Sí, a veces.
- ¿Cuántas veces?
- No sé, de vez en cuando.
- Siempre has sido demasiado responsable. Tienes que salir más, pasártelo bien, olvidarte de los problemas, tomar tus propias decisiones.
- A lo mejor mis propias decisiones no son las mejores.
- Las mías tampoco lo fueron, pero no las cambiaría.
Tiene razón. Ella siempre tiene razón.
- Tengo que irme.
- ¿Ya? ¿Tan pronto?
- Buenas noches.
- ¿Tan pronto?
- …
- Buenas noches.
- …
No me duermo. En agosto siempre es más difícil coger el sueño. Especialmente cuando hace calor y no entra aire por la ventana.
sábado, 21 de agosto de 2010
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