Siempre había querido disfrutar de las ventajas de ser un marginado. Maldecía tu amor, ese sucio juego que me impedía convertirme en un poeta maldito, en un Bukowsky dispuesto a estrellarse en todas las esquinas de la ciudad sin límites. Éramos los ilusos que se sentían a lo lejos, que buscaban sus dedos bajo la mesa y pensaban que ayer no termina nunca. Hoy veo gente en sitios, metros que desembocan en las mismas estaciones, el cuarto de baño sin tu champú, el apartamento invadido por tu silencio roto, las calles que envejecen, la vida de los otros, los anuncios que venden la gran estafa americana, tu hueco en el lado izquierdo del colchón, el mismo amor, la misma lluvia.
No lloro. Solo pido un poco de arsénico por compasión, un zarpazo caníbal que te borre. Destroza mis besos. Mátalos suavemente, sin perdón, hasta que se ahoguen en esta tormenta perfecta, en este laberinto de pasiones sin salida. Solo entonces, cuando ya no existas, podré escribir mi obra definitiva, la gran belleza de tu recuerdo.
domingo, 21 de septiembre de 2014
jueves, 23 de enero de 2014
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