domingo, 21 de octubre de 2012
CAJAS
Me dan miedo las cajas. Siempre me he sentido insegura con los traslados, con esa rutina casi fúnebre de empaquetar los recuerdos, de clasificarlos en cajas de cartón vendadas con cinta aislante y con etiquetas escritas aceleradamente con cualquier rotulador semiacabado. Me abruman las prisas, los adioses, las despedidas. Pero me da más miedo tropezar con una caja despistada que, meses o años después, se presenta por sorpresa, casi sin avisar. Me aterra abrirla y encontrarme con mensajes que ya no significan lo mismo, con libros que ya no son tan mágicos, con fotos que podrían pasar a rellenar cualquier marco de tienda, con objetos que alguna vez tuvieron sentido. Es como cuando, muchos años después, decidí bajar al quiosco de helados a comprarme un frigopié. Ya no era tan grande como antes ni tenía el sabor de mis tardes de verano. O tal vez era el mismo, no había cambiado, y era yo la que no era la misma. El pasado empaquetado es como un cadáver silencioso que a veces viene a recordarnos que no debemos abrirlo, que no podemos volver a aquellos lugares que algún día nos pertenecieron. Que las cajas deben permanecer en el mismo lugar, escondiendo los recuerdos para que no dejen de serlo.
sábado, 6 de octubre de 2012
PERDIDA
Perdida,
como todos los 6 de octubre sin cumpleaños,
como el absurdo de un sábado cualquiera,
como esos regalos que nunca compré
y los besos que te quedaron por darme.
Perdida,
otra vez.
como todos los 6 de octubre sin cumpleaños,
como el absurdo de un sábado cualquiera,
como esos regalos que nunca compré
y los besos que te quedaron por darme.
Perdida,
otra vez.
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